Facetas


Dorina Hernández, visionaria de Palenque

GUSTAVO TATIS GUERRA

14 de octubre de 2018 12:00 AM

La memoria es como la tierra blanda de Chambacú, en donde nació aquel 23 de julio de 1966.

La madre, Lorenza Palomino, una matrona palenquera, y Manuel Hernández, su padre, el boxeador Jab Hernández. Los dos de Palenque se habían venido del pueblo a vivir en Chambacú, pero poco tiempo después, vendieron la casa y se fueron nuevamente a Palenque.

Es Dorina Hernández, que en este momento, es la homenajeada del Festival de Tambores y Expresiones Culturales de Palenque, en la Plaza Benkos Biohó.

Desde hoy, todo el pueblo empezará a llamarla Cha Dorina.

Cha, en lengua palenquera, es autoridad, líder, matrona del saber, mujer sabia y guardiana de ancestros. Desde hace muchos años, Dorina, lo es.

De Chambacú, recuerda que vivía en el barrio Los Paticos.

Los niños junto a ella, jugaban a buscar tablitas para inventar puentes en el agua.

El padre murió cuando vivían allí. Y poco antes de la reubicación de los chambaculeros, la madre que vendía plátano en la esquina caliente del mercado viejo de Cartagena,vendió la casa y se regresó al pueblo. La madre, años después, se casó con Natividad Pérez, que también era viudo. Vivían en las afueras de Palenque, en una casa finca, en  donde Dorina y sus hermanos, sembraban yuca, árboles frutales, marañones y guamas, pastoreaban, cuidaban el ganado, hacían suero y queso.

“Eran años muy bellos en Palenque”, dice Dorina.

“Recuerdo que por las noches nos sentábamos en la puerta, no había luz en Palenque,y mi madre y mi padrastro contaban historias de la tradición oral palenquera.
“Hice la primaria en Palenque y nos vinimos a Cartagena, a los 12 años a estudiar bachillerato.

“Éramos felices cuando mi familia llegaba de Palenque con los marañones y las guamas que habíamos sembrado en familia.
Nos quedamos en Torices.

Recuerdo que los niños de allí no querían jugar con nosotros porque decían que olíamos a pescao, se burlaban de nosotros, por la manera cantada como hablábamos.

Todos los palenqueros llegaban a Torices, entraban por el barrio Lo Amador, y preguntaban por la tienda de María Conqué, una señora fornida, en cuya puerta había un árbol frondoso. También preguntaban por Melchor Pérez. Todo el mundo en Palenque llegaba allí, y en esa casa, siempre había una estera para los que llegaban. Se limpiaba y barría el piso, y se dormía en esteras. Luego, se enrollaba como una cartulina.

La gente empezó a vernos de otra manera, cuando Pambelé se volvió campeón mundial. Fue un apoyo a los palenqueros. Y nosotros, que no teníamos ningún servicio público, empezamos a tenerlo desde que Pambelé se volvió campeón. Y Palenque, entró en el plano de la atención regional, nacional y mundial.

Mamá era una matrona
 

“Mamá era una matrona en Palenque. Acaba de morir a sus 80 años, de un cáncer en la laringe.

Era una mujer servicial.Siempre tuvo  en Palenque una bóveda colectiva  en el cementerio, para que el que no tuviera dónde enterrar a sus muertos,  utilizara esa bóveda. El ataúd en la sala fue siempre una costumbre palenquera. El entierro de mamá, con lumbalú, fue un río de gente. Además del Sexteto Tabalá, tocó una banda de viento de Calamar que a ella le gustaba, y le tocaron el porro Paloma blanca. En Palenque, el Lumbalú te ayuda a sobrellevar la pena, danzando, pero uno se está muriendo por dentro”.

Ahora los ojos de Dorina, negros y húmedos, son dos espejos en el agua, que se derraman, bajo el turbante blanco y negro de su luto.

“Uno se resiste a ver morir a sus seres queridos.

El lumbalú es un duelo colectivo.

Te abrazan al son de los tambores, y esa es la mejor catarsis.

No alcanzas a sentirte solo, porque el pueblo está contigo nueve días. El pueblo se turna, y cuando pasan los nueve días, la gente sigue llegando. Es una terapia étnica y comunitaria. Tu dolor se reparte. Es fabuloso eso. No necesitas nunca un psicólogo, porque el mismo pueblo te consuela, para que no sientas el vacío en tu casa.

Hasta el último momento, busqué médicos que salvaran a mi madre, de la muerte. Después que perdió la voz, sintió la presencia de mi padre que llegó para abrazarla espiritualmente, como un ángel guardián vestido de blanco, convertido en halo de luz. Mamá compraba la ropa de las personas enfermas en el pueblo, que estaban a punto de morir, y les avisaba a los familiares, que tenía esa ropa para ellos.

Los palenqueros, según los orishas, creemos que hay tres mundos: él del presente que vives, y el día en que te mueres y quedas con los pies suspendidos en un mundo que no es la tierra. El otro mundo es el del más allá, y nosotros lo llamanos, Leko, que es como el eco del llanto colectivo  que se escucha en el horizonte. Ese tercer mundo es el submundo, que está bajo la tierra o en el agua. Nosotros lo llamanos La Mohana. Heredamos la creencia de Catalina Luango, que por desobedecer a sus padres, se la llevó el Mohán en forma de pez hermoso, y ella quedó paralizada ante su belleza externa. Catalina Luango jamás regresó.

Aún se cree que el Mohán se lleva a la gente”.

La lengua ancestral
 

“A finales de los años setenta y principios de los ochenta, empezamos a alfabetizar adultos palenqueros por las noches. Vivíamos en la Calle Bogotá en Torices, y alfabetizábamos en Nariño.

Teníamos una biblioteca comunitaria rodante que pasaba de una casa  a la  otra. La biblioteca estuvo en mi cuarto mucho tiempo, y allí leí todo lo que contenía la biblioteca.

Uno de esos libros es “La historia del negro en Colombia”, de Ildefonso Gutiérrez Azopardo.  Me influenciaron en el liderazgo, mi padrastro Natividad Pérez, mi abuelo Víctor Julio Palomino, médico tradicional, conocedor de secretos ancestrales; mi tío Antonio Cassiani, mi familia toda: Rubén Hernández, Gabino Hernández, Dionisio Miranda, mi esposo, y mis hijos Benkos y Zumbi.

En vacaciones regresábamos a la plaza de Palenque, a continuar la alfabetización,y a trabajar colectivametente en el rescate de la lengua ancestral.  germen de la identidad y del futuro Festival de Tambores y Expresiones Culturales.

De aquellos investigadores que llegaron a estudiar a Palenque, hay que destacar al lingüista Carlos Patiño Rosselli, que nos ayudó en la reconstrucción del alfabeto palenquero, en su fonética y gramática.

El devolvió  ese conocimiento a la comunidad”.

Un título universal

“Fuimos a Bogotá al Consejo Nacional de Patrimonio, en compañía de Rutselis Simarra, a sustentar el primer plan de salvaguarda cultural, luego de trabajarlo en un equipo  de veinte personas. Eso fue decisivo para que la Unesco declarara a Palenque Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad. Sin duda, ha habido resultados positivos porque Palenque entró poco a poco en los planes del gobierno. Hay cosas negativas también, como el proyecto de casas de material que arrasaron con las de bahareque y palma, y no tuvieron en cuenta el diseño ancestral. Una mujer que vio cómo su casa se derribó, hizo su propio lumbalú viendo los despojos de su casa en el suelo.

Epílogo

“El honor que recibo en Palenque es un premio a las mujeres palenqueras que no dejan de trabajar y construyen su cultura e identidad, con esfuerzo,  voluntad y un alto sentido de la dignidad”.

Dorina es la primera maestra graduada de Palenque: Licenciada en Administración Educativa en la Universidad San Buenaventura, y Especialista en Educación Comunitaria en la U. Pedagógica Nacional. Fue una de las artífices del proceso de etnoeducación en su pueblo, el rescate de la lengua ancestral y su visión aportó al colectivo que presentó el proyecto de sustentación para que Palenque fuera declarada Patrimonio Oral e inmaterial de la Humanidad por la Unesco. Es directora ejecutiva de la Asociación de Mujeres, productoras de Palenque Asopraduse, gerencia la empresa étnica-comunitaria de Etnoturismo y Dulces Típicos de Palenque, a través de la marca Palenquera, productos en proceso de exportación. Gracias a su experiencia, fue llamada por el Ministerio de Educación, y desde allí direccionó la política nacional de etnoeducación afrocolombiana. Es coautora de la cartilla de la lengua palenquera y del libro Lineamientos generales para la educación en comunidades negras.

Dorina se despierta muy temprano.

A las cinco ya está en pie, y el día no le alcanzan para tantos sueños.

Bajo la luz del palenque, sus ojos negros visionan el porvenir de su aldea.

 

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